Agua, arena, piedra, madera, petróleo... casi todas las materias primas del planeta son utilizadas por el hombre. Cada año se extraen casi 60.000 millones de toneladas de materias primas y recursos. Como consecuencia, grandes extensiones de la naturaleza se convierten en tierras agrícolas, se talan bosques, se fertilizan en exceso o se pastorea en exceso. Biotopos y ecosistemas enteros tienen que dejar paso a carreteras o nuevas viviendas, mientras que la naturaleza aún intacta sufre a menudo la contaminación, por ejemplo por plásticos.
Hoy en día, el 75 % de los hábitats terrestres y el 40 % de los acuáticos han sido gravemente alterados por el hombre. Incluso en Alemania, según los criterios de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), sólo un 0,4 % de la superficie terrestre sigue considerándose salvaje y, por tanto, completamente natural.
Según estimaciones científicas, antes de la industrialización, alrededor del 60 % de la superficie terrestre estaba cubierta de bosques. Hoy, unos 150 años más tarde, es sólo la mitad. Y esta tendencia continúa, porque los bosques se siguen talando 10 veces más rápido de lo que pueden volver a crecer.
Las principales causas de la deforestación, así como de la destrucción de otros ecosistemas como los humedales o los pastizales, eran y son la extracción de tierras cultivables para los pequeños agricultores y el aprovechamiento de las materias primas. Pero en las últimas décadas se ha añadido otro factor importante: la industria. En Asia, Sudamérica y África, por ejemplo, se están destruyendo zonas naturales para obtener tierras de cultivo para la soja, el aceite de palma, el café o el plátano, así como pastos para la industria cárnica. O se establecen plantaciones con árboles de crecimiento rápido, que necesita la industria papelera. Además, la explotación de los recursos minerales también desempeña un papel nada desdeñable en la destrucción del espacio vital.
Los seres humanos no nos vemos tan afectados por la explotación de la naturaleza a corto plazo como los animales o las plantas, que pierden todo su hábitat de un plumazo. A medio o largo plazo, sin embargo, la destrucción de los ecosistemas repercute directamente en nuestro bienestar. No sólo se libera CO2 perjudicial para el clima, sino que también se pierden funciones importantes de la naturaleza, como la capacidad de almacenamiento de agua.
Además de nuestros ecosistemas terrestres, los hábitats marinos también se ven afectados por la destrucción. El mar, hábitat de innumerables especies animales y vegetales, se consideró durante mucho tiempo inagotable. Hoy, las cosas parecen diferentes: Muchos mares están ahora completamente sobreexplotados y las especies están amenazadas de extinción. Además, los métodos de pesca insostenibles no sólo amenazan la vida marina, sino que también destruyen importantes ecosistemas de los fondos marinos.
Y no sólo el ansia de pescado está provocando cambios en el ecosistema marino. El mar también ofrece en abundancia materias primas como metales preciosos, plomo, minerales, gas natural y petróleo. Su extracción deja inmensas huellas en el ecosistema y a menudo provoca su destrucción.
Más de la mitad de la humanidad vive actualmente en ciudades, mientras que la población mundial sigue aumentando. Con ello, crece también la demanda de espacio vital en las ciudades. Se están construyendo nuevas zonas urbanas, que a menudo consumen grandes cantidades de terreno: La superficie total construida con ciudades se ha duplicado en todo el mundo desde 1992, y en Europa la superficie total de las grandes ciudades ha aumentado casi un 80 % en los últimos 70 años. Esto contribuye a aumentar el riesgo de inundaciones, la escasez de agua y el calentamiento global. Además de todo esto, los animales y las plantas también se están viendo privados de su hábitat.
El crecimiento de las ciudades y el sellado que conlleva no sólo afectan directamente a la naturaleza in situ, sino también a los ecosistemas de las inmediaciones. Los alimentos y el agua proceden del campo circundante, donde las extracciones excesivas de agua pueden privar de ella permanentemente y hay que crear nuevas zonas de cultivo. Por ejemplo, el rendimiento de los cultivos agrícolas se ha triplicado desde 1970 y la tala casi se ha duplicado.
Para detener la continua destrucción del hábitat, una de las mejores formas es establecer zonas protegidas. En la Conferencia Mundial sobre la Naturaleza de 2022, celebrada en Montreal (Canadá), se decidió convertir al menos el 30% de la superficie terrestre mundial en zonas protegidas para 2030. Con esta medida se pretende proteger la diversidad natural de la Tierra y frenar la extinción de especies.
Si quieres ayudar a crear zonas naturales protegidas para plantas y animales, haz una donación a uno de nuestros proyectos de conservación.
Fuentes:
ARDalpha, Utopia, Abenteuer-Regenwald, Greenpeace, nabu , Deutschlandfunk Nova, Europäische Umweltagentur, nabu